Viendo en las redes sociales los comentarios de los aficionados sevillistas tras la abultadísima derrota del Paris Saint Germain de Emery, puede decirse que el de Hondarribia, al igual que Sergio Ramos, tiene dividido al sevillismo. Bueno, en realidad, el camero ya se ha ocupado él solito de acabar con esa división, con sus actos y declaraciones.
Me llamó la atención el comentario de un periodista, diciendo que no entendía que el sevillismo se alegrara del fracaso de Emery, habiendo conseguido los éxitos que consiguió con el Sevilla. Y es cierto, Emery logró traer títulos y clasificaciones europeas en Liga, pero no es menos cierto que no cumplió su palabra. Dijo que continuaría en el Sevilla, pero a la hora de la verdad, no lo pensó mucho cuando aparecieron los petrodólares del jeque del PSG. Simplemente, dijo que era una oportunidad que no podía dejar pasar. Es evidente que, si quería ganar más dinero y tener más posibilidades de ganar títulos, como una Liga o una Champions, es más fácil de conseguir en el PSG que en el Sevilla.
Hasta ahí, puede entenderse la actitud de Emery. Todo el mundo quiere mejorar, laboral y económicamente. Lo que no puede entenderse es que, como he dicho antes, falte a su palabra, con la planificación ya avanzada, y, para colmo, aprovechándose de esos conocimientos de la planificación, fiche a un objetivo del Sevilla, como Ben Arfa. Tampoco se puede olvidar que se llevó a Krychowiak y que intentó también fichar, cuando ya expiraba el plazo para fichar, a Rami, aunque el francés le dio calabazas. Tampoco tuvo el detalle de despedirse en rueda de prensa, como le ofreció el club y como merecía un entrenador que había traído títulos. Pensaría Emery que ya que se iba por la puerta de atrás, ya de paso la cerraba.
Así que entiendo perfectamente que haya sevillistas que tengan en estima a Emery, por sus éxitos, y también entiendo a los que no lo pueden ni ver. Por mi parte, hay sólo indiferencia. Ya no es entrenador del Sevilla y, la verdad, no le echo de menos. Conseguía resultados pero también me desesperaba, a veces, cuando trataba injustamente a un jugador –Iago Aspas–, hacía un planteamiento de partido cobarde, o retrasaba y retrasaba los cambios, o no los hacía.
Precisamente, ayer vimos una muestra de lo cobardica que puede ser Emery. Para ser honestos, hay que reconocer que nuestro exentrenador no sólo perdió la eliminatoria por un erróneo planteamiento, sino por varios motivos que se concatenaron para que, lo que se presuponía una noche feliz para sus intereses, se convirtiera en una pesadilla que, a buen seguro, traerá consecuencias para su futuro como entrenador, sobre todo, teniendo en cuenta que ni siquiera es el líder de la Liga francesa, título que sí logró, con muchos puntos de diferencia, su antecesor en el cargo, Laurent Blanc.
A mi modo de ver, estos motivos fueron cuatro, y el mal planteamiento no fue el principal:
1.- Planteamiento cobarde. No es de recibo que con una ventaja de cuatro goles, y teniendo un verdadero equipazo, saltes al campo con miedo. Sólo así puede explicarse lo excesivamente atrasada que estaba la defensa. Como el PSG estaba tan atrasado y con las líneas tan juntas, cualquier balón que caía rechazado al centro del campo, caía en poder de los jugadores del Barcelona. Y, además, al PSG le costaba un mundo llegar a la portería contraria, porque siempre recuperaban el balón a mucha distancia y casi nunca superaron la fuerte presión del Barcelona. El resultado es que el dominio del Barcelona fue abrumador y las ocasiones se sucedían, porque además, el PSG defendía con poco orden. Prueba de ello es el primer gol, en el minuto 3 –lo peor que te puede pasar en un partido así, que te marquen en los primeros minutos–, donde un defensa rompe la línea defensiva de manera incomprensible.
2.- Mala suerte. La Diosa Fortuna es fundamental en fútbol. Si te da la espalda, lo tienes complicado. Cavani tiró al poste antes de que el mismo jugador marcara el único gol del PSG. Tampoco puede decirse que la suerte acompañara a Emery cuando dos jugadores que pueden considerarse de los mejores del mundo, como Cavani y Di Maria, fallan un mano a mano con el portero, pudiendo lograr un segundo gol que habría sentenciado el partido.
Pero el remate fue el segundo gol del Barcelona, en propia meta de Kurzawa, donde previamente otro defensa se deja robar la cartera. Un gol absurdo, a no poder más.
3.- El nefasto arbitraje del alemán Deniz Aytekin. El arbitraje fue decisivo. Ninguno de los dos penaltis pitados al Barcelona lo fueron. Sin embargo, pudo señalar dos penaltis a Mascherano y no lo hizo. El primero, por unas manos, y el segundo por zancadillear a Di Maria cuando se quedaba solo ante el portero. Incluso Mascherano ha reconocido que fue falta. Podría haber visto incluso la tarjeta roja por esa jugada.
También añadió cinco minutos de descuento. Me pareció desproporcionado ese tiempo añadido.
4.- Exceso de confianza. Este es, a mi juicio, el motivo principal de la derrota. Una vez que Cavani marca el 3-1, se aprecia un exceso de confianza en los jugadores parisinos. Dan por imposible que el Barcelona pueda hacer tres goles, a pesar de la calidad de los azulgrana y de quedar aún media hora de partido –33 con el descuento–, y bajan el pistón. Empiezan a triangular con más confianza, pero arriesgando innecesariamente la posesión en la salida del balón y en zonas cercanas al área. También creo que Trapp puede hacer más en el gol de Neymar de falta. Ni siquiera se tira. Quedaban sólo tres minutos y, probablemente, el guardameta pensaría que era imposible que el Barcelona marcara dos goles más. Pero él no contaba con que no eran tres, sino ocho minutos, con el descuento, y que, además, el árbitro regalaría un segundo penalti poco después.
Al final, se dieron un cúmulo de circunstancias que hicieron posible lo que, a priori, era imposible. Si sólo una de esas cuatro circunstancias no se hubieran producido, estoy seguro de que el PSG se habría clasificado. Fue un buen partido. Fue un partido que todo el mundo recordará, pero, sobre todo, los que no lo olvidarán nunca serán los jugadores del PSG y, por supuesto, Unai Emery.