Dicen que quejarse de los árbitros es querer buscar excusas y que es de perdedores. Pues yo debo de ser un perdedor. Y también los dirigentes y entrenadores del Madrid, y del Barcelona. Estos, aunque parezca mentira, también se quejan. La diferencia es que estos equipos se quejan sin razón, pues son los grandes beneficiados y, por contra, el resto casi siempre salen perjudicados.
A mí me gustaría no acordarme de, por ejemplo, del gol anulado por un fuera de juego inexistente, en Málaga, ante un rival directo, o ante el Rayo Vallecano, en Vallecas, por el mismo motivo, pero al final me acabo acordando. Porque esos errores que cometen otros los acabamos pagando nosotros, con pérdida de puntos, y quién sabe si al final de liga esos goles birlados serán la diferencia entre conseguir plaza europea o no.
No obstante, el anular un gol por fuera de juego se decide en segundos, en jugadas rápidas, y, siendo bien pensados, podría entenderse que se equivocaran los árbitros; podría entenderse que tuvieran ese error de apreciación, si no fuera porque, curiosamente, tienden a equivocarse beneficiando a los mismos. Pero lo que hemos vivido los sevillistas en los dos últimos partidos es que no tiene nombre. Y si lo tiene, es un nombre muy feo y que no debería oírse en una liga medio decente.
No encuentro explicación de la forma en que nos han tratado los dos últimos árbitros, en los partidos contra el Atlético de Madrid y el Sporting de Gijón. No entiendo ese doble rasero que han tenido a la hora de señalar faltas y mostrar tarjetas. Los jugadores de estos dos equipos han duplicado o incluso triplicado nuestras faltas, algunas de ellas durísimas, merecedoras de tarjeta amarilla, como mínimo, y en algunos casos ni siquiera han señalado falta. Parecía que los jugadores rivales tenían patente de corso para hacer lo que les viniera en gana, hasta tal punto que el jugador que estaba amonestado, no tenía ningún inconveniente en hacer otra dura entrada, como pasó con Castro, Trejo o Gálvez, del Sporting, o Tiago, del Atlético. Y encima, a nosotros nos llueven las amarillas con una facilidad pasmosa. Ni siquiera es necesario que hagamos una entrada dura. Aunque la falta sea normalita y en el centro del campo, amarilla que te crió. O si no, por protestar, o por quejarse de que te patéen una y otra vez. A veces, incluso tengo la sensación de que nos enseñan tarjeta por equilibrar las que les muestras a nuestro rival.
No sé qué habremos hecho para que nos traten así, pero lo cierto es que este tipo de arbitrajes desquician a cualquiera. A ver si tenemos suerte y damos con un árbitro medio en condiciones –si es que lo hay–, que, al menos, sepa impartir justicia y corte el juego violento. Porque los jugadores del Sporting no es que rozaran la violencia, como he leído por ahí; es que fueron violentos, extremadamente violentos. Simplemente se aprovecharon de las facilidades del tal Estrada Fernández –ya no se me olvidarán esos apellidos–, que se dedicó a mirar para otro lado y hacer la vista gorda. El resultado fue que tenemos varios jugadores entre algodones. Y después de todo, hemos tenido hasta suerte, porque podría haber sido peor.
Yo no pido que nos arbitren como al Madrid o al Barcelona, porque, visto lo visto, eso es imposible, pero, al menos, que no nos machaquen. Bastante tenemos ya con aguantar la mala planificación de pretemporada, la venta de un jugador importante en plena temporada, errores incomprensibles de jugadores y entrenadores, como para, encima, tener que soportar los errores arbitrales.
Dicen que el Sevilla FC se queja de los árbitros en las instancias donde tiene que quejarse. Pues más nos vale que lo hagan ya, lo más pronto posible. Porque si no nos respetan ni un poquito, mal vamos.
También es verdad que no debería extrañarme del nivel de los arbitrajes, ya que están a la altura de una liga que es una verdadera porquería. La liga española es una competición manipulada, donde dos equipos pueden hacer prácticamente lo que les dé la gana. Sirva como ejemplo el clarísimo penalti que hizo Sergio Ramos en el último minuto del descuento del Betis-R. Madrid. No hay un penalti más claro que ése, a no ser que se Ramos se tire haciendo una palomita. Pues, casualmente, el árbitro fue el único que no lo vio, como suele ser costumbre. Pero lo que ya roza el esperpento es cómo la maquinaria madridista se ha puesto en marcha para convertir lo blanco en negro, para hacer ver que el clarísimo penalti no lo fue.
Lo que hay que aguantar en esta liga de mierda. Con todas las letras.