Llevo ya un par de temporadas algo asqueado con el fútbol. Probablemente, tenga mucho que ver con esto el mal momento que está pasando mi club y, sobre todo, el esperpento en el que se ha convertido la liga española, que es, al fin y al cabo, un cortijo donde un par de señoritos hacen lo que les viene en gana, sin mostrar el más mínimo respeto por los demás. Así pues, dado este panorama, no me quedan muchas ganas ni ánimo para ver un partido de fútbol que no sea el Sevilla. De hecho, hace una barbaridad de tiempo que no veo un partido desde el pitido inicial, y he llegado al punto de decir que a mí no me gusta el fútbol, sino que sólo me gusta el Sevilla.
Sin embargo, ayer, haciendo zapping –o channel surfing, como dicen los ingleses–, me encontré con un partido de Champions, el Chelsea-Nápoles –que tampoco vi de inicio–, que me cautivó. Me quedé pegado al televisor. Ambos equipos tenían buenos jugadores y hacían un juego técnico y ofensivo, entregándose al máximo. Nada de pérdidas de tiempo ni artimañas. Los dos salieron a ganar, a pesar de que el conjunto italiano visitaba Londres con el crédito del 3-1 a su favor del partido de ida. Era un partido lleno de intensidad, de principio a fin. El ritmo del partido no decreció en ningún momento y los jugadores hacían tal derroche físico que casi me cansaba sólo de verlos. En resumen, un gran espectáculo en un gran ambiente, pues el estadio estaba lleno.
Ni siquiera faltó emoción, pues el Chelsea consiguió empatar la eliminatoria a 15 minutos del final, de manera que un gol prácticamente sentenciaba la eliminatoria, para un lado u otro. Se llegó a la prórroga, y se disputó con tanta intensidad como en el minuto 1. Finalmente, se impuso el Chelsea, con un gol de Ivanovic, en el minuto 105, a nuestro exportero Morgan De Sanctis.
También cómo no, me llamó la atención la actuación del árbitro. Al silbato estaba el alemán Felix Brych, y para mí hizo un arbitraje perfecto, con un estilo diametralmente opuesto al que estoy acostumbrado a ver en España. En todo momento tuvo el control del partido, sin necesidad de aspavientos, sin tener que recurrir a gestos ni miradas amenazantes. Trató, en todo momento, a los dos equipos por igual y cortaba el juego sólo cuando era estrictamente necesario. En general fue un partido limpio, pero cuando algún jugador sacaba los pies del tiesto, allí estaba él para amonestarle y cortar de raíz cualquier atisbo de violencia.
Tampoco permitió simulaciones. Con 3-1 en el marcador, David Luiz recibió un golpe e hizo un amago de tumbarse en el césped para que le atendieran. Se le acercó el árbitro y le indicó, por señas, que o se levantaba y se incorporaba al juego o que saliera del terreno de juego para que le atendieran, pero dejó claro que el juego no se iba a detener por él. Daviz Luiz se levantó y siguió jugando.
En cuanto a las jugadas polémicas, apenas hubo alguna. Un penalti clarísimo, por manos en el área, que igual aquí no habrían pitado, pero que no causó la más mínima duda en el árbitro. Gracias a ese penalti se igualó la eliminatoria.
Ayer Chelsea y Nápoles, con su calidad y ambición mostraron que el fútbol puede ser un espectáculo grandioso, sobre todo si se acompaña de un estadio lleno –a ver si Roures se entera y abandona la idea de los horarios absurdos– y el árbitro se dedica a lo suyo, que es simplemente arbitrar y no tomar partido por nadie, por muy poderoso que sea.
Lamentablemente, no puede evitar preguntarme si veríamos algún día partidos como este Chelsea-Nápoles en la liga española. Tampoco pude evitar responderme. Y la respuesta, lógicamente, fue que no. Y es que tienen que cambiar tantísimas cosas en nuestro fútbol, e incluso yo diría que en nuestra sociedad, que ahora mismo me parece una utopía. Una completa utopía.