Decepcionante partido el que hizo el Sevilla en el Bernabéu. Como todo el sevillismo, esperaba mucho más del equipo, pues nos jugábamos continuar en la lucha por el título que es más fácil de ganar esta temporada: La Copa del Rey.
El partido se podría resumir con todo lo que faltó ayer sobre el césped:
Sin ambición
La falta de ambición pudo verse desde la alineación inicial. Esperaba que Sampaoli no se atreviera a saltar al terreno de juego sin delanteros, como ya hizo ante otros rivales poderosos, donde se acabó sin perforar la portería contraria. Y, efectivamente, allá fue Sampaoli, dejando a todos los delanteros en el banquillo, y únicamente cuando el marcador iba 3-0, dio entrada a Ben Yedder. Un 0-0 en liga era un buen resultado, pero en Copa es malo. Si se busca un empate ante un rival tan fuerte, es casi imposible conseguir un resultado positivo.
Pero esto no fue lo peor. En mi opinión, lo peor fue que Sampaoli renunció a su estilo. El técnico argentino se harta de decir que el Sevilla debe dominar a cualquier rival y que debe hacerlo desde la convicción de un estilo de juego. Pero cuando llega la hora de la verdad, renuncia al estilo que le iba bien y con el que había brillado hacía poco: tres centrales y dos delanteros. Y eso que tenía prácticamente a toda la plantilla disponible o, al menos, a los jugadores más importantes.
No entendí la alineación de Ganso. Para un partido tan exigente era necesario más garra y velocidad. Sarabia, Ben Yedder, Vietto, Kiyotake… A priori, había mejores opciones.
Tampoco entendí que Pareja fuera suplente, a no ser que no estuviera físicamente al cien por cien.
Sin delanteros, sin efectividad y sin gol
Obviamente, si no cuentas con los especialistas del gol, es mucho más difícil crear ocasiones y marcar goles. Era de vital importancia marcar, al menos, un gol, por lo que no logro entender por qué Sampaoli no contó con ninguno. Para colmo, desperdiciamos las pocas ocasiones que tuvimos, todas clarísimas. Es increíble lo que falla Correa, pero más aún lo es que Iborra no sea capaz de enganchar el rechace, a puerta vacía. Tampoco Vitolo fue capaz de batir a Casilla cuando éste incluso cubrió mal la portería en su salida. Si perdonas esas ocasiones ante un rival como el Madrid, apaga y vámonos. Con efectividad nula no se llega a ningún sitio. No se gana ningún partido, ni ninguna competición
Sin intensidad
Cuando tienes enfrente a un equipo superior, tienes que estar acertado en todas las zonas del campo y, sobre todo, ganarles en anticipación, en intensidad, en casta… Pero si resulta que es al contrario, que el que te gana en todo eso encima tiene más calidad que tú, es fácil que llegue la goleada.
Sin árbitro
Hasta ayer consideraba a Mateu Lahoz el peor árbitro de Primera División. Ya es que ni siquiera lo considero árbitro. Me hace dudar hasta que se haya leído el reglamento. Y si lo ha leído, pasa totalmente de aplicarlo, lo que es incluso peor. Porque me niego a creer que no vio el clarísimo penalti de Marcelo a Iborra. Y no me vale la chorrada esa que dicen algunos comentaristas de «hay agarrón, pero no parece suficiente como para pitar penalti». Agarrar es falta, y si es dentro del área es penalti. No existe un medidor para saber si es suficiente o no para derribar a alguien, pero desde luego, a mí me dio la impresión de que sí. Y si no te da la gana de pitarlo, por lo menos no tengas la poca vergüenza de enseñar tarjeta amarilla por la lógica protesta. Ni siquiera se dignó en avisar a Iborra, sino que le enseñó la amarilla a la velocidad que Billy «El Niño» desenfundaba.
En cualquier caso, ni aunque Marcelo hubiera derribado a Iborra con la patada de la grulla de Karate Kid, lo habría señalado.

Tampoco quiso aplicar el reglamento en el clarísimo empujón de Morata que precedió al córner que dio lugar al 2-0. Empujón que vio todo el estadio, incluido Mateu Lahoz, por supuesto. Fue tan claro que hasta Valdano lo reconoció. Con eso está dicho todo.
El córner, dicho sea de paso, fue lamentablemente defendido, hasta el punto de que Varane no tuvo el más mínimo problema en rematar a placer para batir a Sergio Rico.
Pero el show de Mateu Lahoz no acabó ahí. Como guinda, se inventó un penalti que sólo vio él, cuando debió pitar falta a favor del Sevilla. Fue el colofón perfecto para dejar claro –por si alguien lo dudaba– que había tomado partido por el poderoso y que él solito estaba dispuesto a apuntillar al Sevilla, dejando en bandeja el 3-0 antes del descanso.
Sin posibilidades para la vuelta
El 3-0 es un resultado contundente y que casi no deja opción a la remontada. El Madrid fue superior y el partido del Sevilla fue penoso: mal planteamiento, falto de intensidad, sin juego y sin efectividad. Todo ello fue motivado porque el nivel de los mejores jugadores del Sevilla fue paupérrimo. Nasri, N’Zonzi y Vitolo estuvieron desaparecidos. Pero la eliminatoria la dejó sentenciada Mateu Lahoz, pues dos de los tres goles del partido jamás debieron subir al marcador. Además, nos ha privado de ver un gran partido de vuelta, ya que, evidentemente, no es lo mismo remontar un 1-0, que es difícil pero factible, que un 3-0, que sería una hazaña increíble.
En realidad, sí hay posibilidades de remontar, pero éstas son tan remotas que es equiparable a ganar la lotería de Navidad. Habría que hacer todo lo que no se hizo en el Bernabéu, y sería imprescindible también que hubiera un árbitro sobre el césped.
Por cierto, los que quieren desprestigiar al Sevilla diciendo que perdió contra los suplentes del Madrid… En primer lugar, eso no es cierto. No sigo al Madrid, pero creo que jugadores como Marcelo, Kroos o Modric no son suplentes. Y en segundo lugar, las enormes diferencias económicas del Madrid con respecto al Sevilla le permiten tener suplentes de lujo, como son Isco, Casemiro, Morata o James, todos ellos internacionales con sus selecciones y que muy probablemente serían titulares en cualquier otro equipo del mundo.
Otra cosa que jamás comprenderé es que veo que la afición del Sevilla se está acostumbrando a los atracos arbitrales. Yo creo que nunca me acostumbraré, a pesar de que llevo sufriéndolo unos cuarenta años. Me sigo indignando como el primer día, o incluso más. Ayer había sevillistas en las redes sociales que criticaban a los que nos quejábamos de la actuación arbitral –si aceptamos a Mateu como árbitro– diciendo cosas como «a llorar al parque» o el típico «quejarse de los árbitros es de perdedores». Entiendo que quejarse no sirve absolutamente para nada, pero es lo único que nos queda: el derecho al pataleo. Ya quisiera yo que nuestros dirigentes o nuestros jugadores, al menos se quejaran ante tropelías como las de ayer, pero no lo hacen. Supongo que por temor a posibles represalias del colectivo arbitral –otra cosa no, pero no se les puede acusar de no estar unidos– o porque, en realidad, como digo, no sirve para nada.
En cualquier caso, más vale que olvidemos todos la indignación que nos corroe y nos centremos ya en el dificilísimo encuentro de San Sebastián, donde nos espera un equipo en racha, con jugadores de mucha calidad, que presionan bien y que es un rival directo. Directísimo, si nos ganan.