No he podido ver los primeros cincuenta minutos de partidos, pero, por lo que he leído en twitter, deben de haber sido penosos.
Al poco de sentarme frente al televisor, veo una pifia de Banega, que intentó rematar un córner, pero que provocó un contragolpe mortal del Villarreal, que cogió al Sevilla muy mal posicionado, y que acabó en el 2-0, marcado por Bacca.
El panorama no podía ser más desolador, pero, de nuevo, este equipo tiró de raza, de casta, y en un par de minutos logró empatar. Casi no dio tiempo para celebrar el gol de Lenglet, que remató una falta muy bien botada por Ever Banega, cuando el Mudo Vázquez consiguió el empate. Me dio la sensación de que Barbosa iba a despejar a córner el remate de Vázquez, pero sólo consiguió desviar hacia arriba, colándose el balón por la escuadra.
Se le dio la vuelta al partido, como a un calcetín, en un visto y no visto. Y a partir de aquí, el Sevilla controló el partido, excepto en los minutos finales, donde reinó el desorden y pudieron volar dos puntos.
No me gustó nada el cambio de Krohn-Dehli por Vázquez. Esperaba que fuera sustituido por Ben Yedder, para ir a por el partido. Pero lo cierto es que a Berizzo le funcionó, pues un contragolpe acabó en penalti cometido sobre Mercado, y conllevó la expulsión de Víctor Ruiz. Banega lo transformó con frialdad, por el centro, y, lógicamente, el partido se puso muy de cara.
Lástima que no tengamos una defensa fiable, porque nos habríamos ahorrado las penurias –la chilena de Bakambú la vi dentro– que hemos tenido que pasar para lograr estos tres importantísimos puntos que nos permiten seguir luchando por las plazas Champions, venciendo en su propio feudo a un rival directo.