Archivo diario: 20/05/2016

Mi experiencia, deportiva y extradeportiva, de la final de Basilea

Ya somos pentacampeones de Europa, que se dice pronto. En esta ocasión tuvimos que vencer a un gran equipo, como es el Liverpool, que llegó a tenernos contra las cuerdas, en determinados momentos de la primera parte.

El partido empezó bien, controlando el juego y viéndose, con claridad, que el Liverpool nos tenía un gran respeto. Pero con el paso de los minutos, el equipo inglés empezó a llegar a nuestra área con relativa facilidad y tuvo un par de ocasiones claras para adelantarse en el marcador. Además, temí que el árbitro pitara una clara mano de Carriço dentro del área, cosa que, por suerte, no ocurrió. En una de esas llegó el gol –golazo más bien– de Sturridge, con un disparo con el exterior que colocó muy bien junto al poste.

A partir de este momento, hasta el final de la primera parte, lo pasó muy mal el Sevilla. Un gol anulado al Liverpool y una ocasión donde el balón se paseó por el área pequeña de Soria, me hizo rezar para que llegáramos con sólo 1-0 al descanso, con la esperanza de que Emery y los jugadores pudieran resetearlo todo, porque parecía que no estábamos jugando una final, sino un amistoso, hasa el punto de que el 2-0 no llegó de milagro, más que por acierto de los reds, por nuestros propios despropósitos. En varias ocasiones perdimos el balón en zonas peligrosísimas, quizás por un exceso de confianza, pero el desajuste fue total y estuvimos cerca de tirar la final a la basura.

Afortunadamente, el Sevilla de la segunda parte no tuvo nada que ver con el de la primera, y eso se vió desde el saque inicial. Apenas 15 minutos tardó el Sevilla en empatar, gracias a una sensacional jugada de Mariano, que casi se burla de Alberto Moreno, y deja el balón para que Gameiro sólo tenga que empujarla. Mazazo para el Liverpool y chute de adrenalina para el Sevilla.

Si el primer gol fue bonito, el segundo lo fue mucho más, al ser una jugada de todo el equipo, con varias paredes, y con una muy buena finalización de Coke, que fue el auténtico héroe de la noche, ya que poco después conseguiría el tercer gol que, prácticamente, dejó visto para sentencia el partido. Como no podía haber sido de otra manera, Coke fue elegido el hombre del partido, pero dicho honor debería haber recaído en Gameiro, de no haber fallado dos ocasiones donde se quedó solo ante Mignolet.

Curiosamente, la famosa pareja Coke-Mariano fueron jugadores claves para imponerse al Liverpool. El primero, asistiendo en el primer gol, y el segundo marcando por partida doble.

Se pasó mal durante varios minutos, pero, al final, la copa se fue para Sevilla, como debía ser. Pase lo que pase el domingo, la temporada será de sobresaliente: nuevo título y clasificación directa para la Champions League.

En cuanto a otros aspectos de la final, tengo que decir que la organización de la final, en todos los aspectos, ha sido nefasta. He estado en todas las finales europeas, a excepción de Varsovia y las Supercopas que no se disputaron en Mónaco, y la de Basilea ha sido verdaderamente lamentable. Como se suele decir, no ha ocurrido una desgracia porque Dios no ha querido.

Dejando a un lado los malos y escasos medios de transportes para desplazarse desde la Fanzone al estadio o desde el estadio al centro de la ciudad –tiene su importancia pero no deja de ser una simple incomodidad–, lo peor tuvo lugar dentro y fuera del estadio. Dentro del estadio no se tuvo la precaución de separar a los aficionados de ambas aficiones, con lo que, en una final, con la tensión que hay, era jugar con fuego. De ahí que hubiera incidentes en la grada.

Pero lo que sí fue extremadamente grave, y pudo acabar en tragedia, fue la mala organización en el acceso al estadio. Yo llegué al estadio una hora y cuarto antes del comienzo del partido, y ya había una multitud importante esperando para entrar. Por delante de esa multitud, había muchos policías antidisturbios y unas vallas, quedando sólo un estrecho espacio para que entraran los aficionados. Es de suponer –yo no lo veía desde mi sitio, bastante alejado de la entrada– que la persona que entraba era minuciosamente registrada. El problema es que el flujo de gente que entraba era ridículo, y hacer eso con las tres mil o cuatro mil personas que estábamos esperando, era totalmente inviable. Y claro, pasan quince, veinte, cuarenta minutos… y ves que aquello no se mueve, y el comienzo del partido se acerca.

Quedaban veinte minutos para el inicio y ya a la gente se le acababa la paciencia: gritos, insultos, empujones, se empezó a tirar vasos de cerveza a los antidisturbios… Pero la policía seguía impasible. Allí no se movía nada. Un antidisturbio estuvo grabando en video, continuamente, a la multitud –lo que enfurecía más a la gente–, y, de vez en cuando, asomaba por encima de las vallas un tipo enchaquetado, que supongo que sería el máximo responsable de seguridad, oteaba el horizonte durante unos segundos y desaparecía entre los silbidos y abucheos de la gente, que cada vez estaba más nerviosa.

La tensión y el peligro era tan palpable que algunas personas empezaron a salir de la bulla, principalmente personas mayores y padres que sacaban a sus hijos. Un padre salía con sus dos hijos de unos 13-15 años, y uno de ellos le protestaba porque llevaban allí mucho tiempo esperando, a lo que el padre le respondió con un contundente «la seguridad es lo primero». La presión de la bulla estaba lejos de ser la que se produce, por ejemplo, cuando pasa una cofradía por la calle Francos y se forman «ríos» de gente, cada uno queriendo ir para una dirección distinta, pero empezaba a ser bastante agobiante. El principal riesgo que se corría era que los antidisturbios cargaran o que se formara una avalancha. Esta última opción parecía la más probable, porque oía por detrás de mí gritos de «avalancha, avalancha».

Por suerte, no pasó nada, pero no me quiero ni imaginar las consecuencias que habría tenido una carga o una avalancha, sobre todo para los más pequeños.

Al final, a falta de quince minutos para el inicio del partido, se impuso la cordura y se abrió más espacio para que pudiera entrar los aficionados, quienes ya casi ni eran registrados. En mi caso, tardaron unos diez segundos en cachearme y registrar mi pequeña mochila, pero hubo mucha gente que ni la registraron. Un exceso de celo en la seguridad no sirvió para nada, sólo para provocar el caos y la indignación, y, verdaderamente, la mala organización que sufrimos hace plantearte si merece la pena desplazarte a ver una final. Eso sí, efectivos policiales hubo de sobra, en el centro y en el estadio. El aeropuerto estaba prácticamente tomado por el ejército –soldados con fusiles de asalto– y dos helicópteros estuvieron dando vueltas todo el día. Pero fallaron en lo básico, hasta el punto de que me llevé la impresión de que Suiza es un país tercermundista donde todo está muy caro.

En este sentido, me quedé impresionado cuando, ya dentro del estadio, se me ocurrió pedir agua. La muchacha me dio un vaso de agua de plastico, que ya tenía allí preparado, de un tamaño un poco menor de medio litro –por tanto, no sé si era agua mineral o del grifo– y me dijo que «eran siete». Siete céntimos me parecía muy poco y siete francos –casi ocho euros– me parecía una barbaridad. Efectivamente, eran siete francos. Pero lo más gracioso fue que me dijo que «si entregaba el vaso, me devolvía dinero». Y cuando lo hice, me devolvió dos francos por entregar un vaso de plástico. Si no llego a estar muerto de sed… No sé qué habrían cobrado por un refresco, pero me lo imagino.

Llegué a mi asiento diez minutos antes del inicio del partido, aún con el susto en el cuerpo y repleto de indignación, pero dispuesto a disfrutar del partido.

Todavía me quedaban más sorpresas, por la mala organización de «Viajes El Corte Inglés» y por el numerito que se montó en el aeropuerto, que volvió a dejar en evidencia que UEFA no escogió la sede adecuada. El aeropuerto de Basilea, simplemente, no tiene la capacidad de dar salida a tantos vuelos ni a acoger a tantas personas. Tuve mucha suerte porque sólo salí con una hora de retraso, pero, sobre todo, porque mi avión no fue el que tenía problemas técnicos y que vio retrasada su salida, sin ni siquiera una hora estimada.

En Basilea viví momentos malos pero que fueron compensados por los buenos: la quinta Europa League del Sevilla FC, ante el Liverpool. Otro momento histórico que tuve el privilegio de disfrutar en vivo y en directo.