Eso es lo que ocurrió la temporada pasada. Despues de jugarse cuatro jornadas, el Sevilla se encontraba en la última posición de la tabla clasificatoria, con el cachondeo de los de siempre –que, precisamente, son los que menos deben reírse de los demás–. Por aquel entonces se decía, y con razón, de que la liga no había hecho nada más que empezar y que aún quedaba muchísimos puntos en juego.
Quiere esto decir que, al igual que entonces no debía de haber motivos para preocuparse en demasía, ahora tampoco los debe haber para lanzar las campanas al vuelo, aunque es cierto que el equipo muestra síntomas que nos hace ser optimistas. Pero yo, hoy por hoy, entiendo el optimismo, como máximo, en tener posibilidades de conseguir plaza Champions y en llegar a la final de la Europa League. La Copa del Rey, desde que está manipulada para que Barcelona y Madrid se encuentren en la final, y la Liga, dado el reparto televisivo actual, las doy por imposibles.
Además, pensando fríamente, hasta ahora, el Sevilla sólo se ha enfrentado a un equipo fuerte, el Valencia, al que dejó escaparse vivo, dejándose empatar en los últimos minutos y, además, mientras estaba en superioridad numérica. Por tanto, tendremos una idea más exacta de lo que puede dar este equipo cuando juguemos los dos próximos partidos, contra la Real Sociedad y, sobre todo, contra el Atlético de Madrid, en el Manzanares. Ahora bien, mucho tendremos ganado si logramos vencer a todos o casi todos los equipos inferiores, que, afortunadamente, son la mayoría. Pero ¿cuántas veces hemos visto cómo equipos candidatos al descenso nos pasaban por encima? Afortunadamente, eso no está ocurriendo hasta el momento.
En cuanto al partido de ayer, donde se ganó merecidamente por 1-3 a nuestros «hermanos» del Córdoba, hubo cosas que me gustaron y otras que no tanto.
Por ejemplo, me gustó mucho que el Córdoba apenas nos creara ocasiones de gol, fruto, sin duda, del buen trabajo defensivo en el centro del campo y defensa. Y no me gustó, absolutamente nada, que con 2-0 en el marcador se perdonaran varias ocasiones que podrían haber dejado sentenciado el partido. De haber tenido más concentración, no habríamos pasado los minutos de intranquilidad que siguieron al 1-2. Gol que dejó en evidencia la relajación de nuestros jugadores: dejaron centrar tranquilamente al área pequeña, donde remató a placer Borja García.
El máximo responsable de no haber cerrado el partido antes fue Carlos Bacca. A pesar de sus dos goles, no me gustó el partido del colombiano. Pecó de egoísmo cuando debía prevalecer el grupo, y falló lo que un jugador de calidad, como él, no puede fallar nunca, como en la jugada donde intenta hacer una vaselina al portero, cuando lo más fácil y lógico era fusilar. Jugada, por cierto, con la que nos solía desesperar Negredo.
Pero otros jugadores estuvieron a un altísimo nivel, como Krychowiak, Carriço y, especialmente, Aleix Vidal. Aparte del gran derroche físico del que hace gala en todos los partidos, ayer evitó un gol cantado, asistió en el primer gol y provocó la falta que dió lugar al segundo gol. En mi opinión, fue el jugador más decisivo del partido. También Sergio Rico estuvo salvador en las pocas ocasiones en las que tuvo que intervenir.
Está muy bien conseguir diez puntos de doce posibles, pero lo más sensato es huír de euforias e ir paso a paso. Ahora, a recibir a la Real Sociedad, partido donde se nos exigirá más que ante el Córdoba y donde se antojan imprescindibles las rotaciones, porque se debe —para hacer grupo y lograr que todos los jugadores estén implicados– y porque se puede –hay banquillo–.