Ayer me enteré de que en Madrid llevan un par de días con tarifa única de taxis en los trayectos hacia o desde el aeropuerto, y en la noticia destacaban que, a pesar de que llevaban poco tiempo con la nueva tarifa, ya se estaban dando casos de engaños a turistas. La tarifa era de treinta euros, y un hombre dijo que le llegaron a cobrar 45 euros.
Eso me recordó a la anécdota que me ocurrió cuando llegué al aeropuerto de Sevilla, al día siguiente de haberse proclamado el Sevilla FC brillante campeón de la Copa del Rey tras ganar al Atlético de Madrid, por dos goles a cero, en el Camp Nou.
Éramos tres personas las que teníamos que coger un taxi, y como estuvimos en Barcelona varios días de turismo –ya que se va, hay que aprovechar el viaje–, las maletas eran bastante voluminosas y no cabían en un taxi normal. Así que tuvimos que desechar tres o cuatro taxis hasta que encontramos uno que tuviera un maletero lo suficientemente grande como para dar cabida a todo el equipaje.
Aquel día yo llevaba puesta mi camiseta del Sevilla roja de la final de Glasgow. Nada más entrar en el taxi, vi que del espejo retrovisor colgaba un escudo del Betis, casi tan grande como el de mi sevillista camiseta. Lo primero que pensé es «la hemos cagado», aunque también pensé que, a lo mejor, habíamos dado con un bético honrado . Si es que hay alguno 🙂
Nos pusimos en marcha. O más bien despegamos, porque el taxi cogió una velocidad impresionante por la autopista. En mi vida he ido tan rápido en un coche. La velocidad era tal que los demás coches parecían caracoles. Calculo que debíamos de ir a unos 200 km/h, o puede que más. Lógicamente, en cuestión de segundos llegamos a la carretera de Carmona y poco después a la dirección que le habíamos indicado.
Aquí es donde empezaron los problemas, pues el taxista nos pidió una cantidad de dinero, la cual no recuerdo exactamente, pero que no era la adecuada. Yo no lo sabía, pero mi hermano sí estaba al tanto y protestó. El taxista entonces dijo que era una tarifa fija y que había que sumar un euro por maleta.
Y aquí fue donde el taxista salió trasquilado. Mi hermano le dijo cuál era la tarifa correcta y que las maletas estaban incluidas. Ante la actitud del taxista, que se puso «chulito» y no reconocía el engaño, mi hermano le mostró la fotocopia del Boletín Oficial de la Provincia, donde venían publicadas las tarifas vigentes.
Ni aún así, el taxista daba su brazo a torcer. Entonces, mi hermano le dijo que le pagaría, pero que le tenía que dar un recibo –el cual debe llegar el logo del Ayuntamiento y con el número de licencia debidamente troquelado–. Cuando ya esperábamos que el sinvergüenza del taxista se rindiera, nos sorprendió a todos yéndose hacia el taxi, haciendo como que iba a por el recibo. Como era de esperar, a los pocos segundos volvió para decirnos, con muy malas formas, que le pagáramos lo que nosotros decíamos pero que «otra vez no nos cogía». Esto ya es que fue muy gracioso. Como si nos fuéramos a encontrar de nuevo y él se fuera a acordar de nosotros 🙂
Evidentemente, esto ocurrió no porque el taxista fuera bético, o del Madrid o del Sabadell, sino porque era uno de esos mafiosos que campan a sus anchas por el aeropuerto de Sevilla. Seguro que, en cuanto nos dejó, volvió a ir a velocidad de vértigo a por más «incautos». Es una manera fácil de hacer dinero: veintitantos euros por un cuarto de hora de trayecto no estaba nada mal.
Ésa era la anécdota. El consejo, evidentemente, es que, cuando se vaya a coger un taxi con trayecto aeropuerto, se vaya preparado. No cuesta tanto llevar una copia de las tarifas oficiales.
Ya sienta mal que los taxistas intenten engañar a los turistas –da muy mala imagen de la ciudad–, pero ya que lo hagan con los sevillanos, es que clama al cielo.