Archivo diario: 25/11/2013

El Sevilla no pudo conseguir la «full manita». El derbi según The Guardian.

Siempre es interesante ver cómo se vive el derbi desde fuera. Desde The Guardian, Sid Low lo vio así: (Pincha aquí para ver el artículo original, en inglés)

El Sevilla intenta marcar cinco al Betis, a pesar de no conseguir la «manita»

Los aficionados sevillistas querían una manita en el derbi sevillano, pero los cuatro que marcaron resultaron más que suficientes.
 
Sevilla v Real Betis

El Sevilla celebra su segundo gol al Betis en el derbi sevillano.
Fotografía: Jose Manuel Vidal/EPA

Faltaba poco más de un minuto en el derbi cuando el estadio Sánchez Pizjuán silbaba impacientemente a Daniel Carriço. El central había pasado el balón hacia atrás, cuando debería haberlo pasado hacia adelante. El tiempo pasaba y se acababa el partido: minuto 44. En la línea de banda, aparecía el cuarto árbitro y subió el tablón: dos minutos más. «¿Eso es todo? ¡Vamos para arriba!». Los aficionados del Sevilla gritaban a su equipo para que se diera prisa. El ruido era ensordecedor.  Balón al área, consiguiéndose un córner. Desde la grada pidieron a Antonio Alberto Bastos Pimparel –Beto– que subiera a rematar. Beto es el portero. Ya estaban desesperados.

El balón cayó y, por un momento, pareció que podría suceder: el gol que tanto buscaban podría materializarse. El disparo, sin embargo, salió muy desviado. Un enorme «huuuuuy» se oyó en el estadio. Pero cuando se llegó al ‘y’, se transformó en algo más: cuando el árbitro dio el pitido final, se convirtió en una gran alegría. Sí, una gran alegría. Grandes sonrisas y más grandes abrazos. En la tribuna de preferencia bailaban. Desde luego, había decepción –verdaderamente querían ese gol–, pero era más bien irónica. Claro que había desesperación pero había algo de farsa en ella, fingida y graciosa. Mayoritariamente, había regocijo. El Sevilla había machacado a su rival, el Real Betis Balompié por 4-0.

«El Betis se dirige al matadero de nuevo», rezaba el titular de El Mundo. Un matadero, sí, pero al menos no fueron cinco. Un quinto gol habría sido aún más completo. Otra manita o little hand, un gol para cada dedo, algo que sería verdaderamente para resfregar por las narices. Habría ocurrido como en esta ocasión, hace 12 meses. «Otro año (casi) igual», declaraba Estadio Deportivo. Esos paréntesis tenían importancia. Era la primera vez que el Sevilla ganaba dos partidos de liga consecutivos en nueve meses y era una importantísima victoria. Aún así, después la primera pregunta que se le hizo al entrenador, Unai Emery, fue: «Felicidades… pero ¿faltó ambición para marcar el quinto?».

Los aficionados sevillistas habían empezado a cantar: «¡Queremos otra manita!», tras el tercer gol, marcado en el minuto 49, pero pocos realmente pensaron que podría suceder hasta que Vicente Iborra marcó el cuarto en el minuto 88. Entonces sonó el toque de corneta, una especie de sádica diversión. Ese deseo de redondear el partido, como si verdaderamente pudiera redondearse aún más.

Por octavo derbi consecutivo un jugador fue expulsado. Por cuarto derbi consecutivo, el Sevilla ha marcado en los primeros diez minutos. Y por tercer derbi consecutivo han marcado tres o más goles: la primera vez que ha ocurrido en 70 años. En esta ocasión marcaron cuatro: cuatro goles marcados por cuatro jugadores diferentes – Carlos Bacca, Stephane Mbia, Víctor Machín Pérez (Vitolo, como se le conoce) e Iborra –. Todos ellos jugaron su primer derbi. Y hubo más:  vuelve (de nuevo) el ideal que se resiste: el Sevilla, de repente, a un punto de una plaza europea y el Betis el último de la tabla, con su entrenador cada vez con más problemas.

En los últimos tres derbis el Sevilla ha marcado 12 goles. «¿Realmente son mucho mejores que vosotros?», se le pregunto al entrenador del Betis, Pepe Mel. «Parece que sí», contestó. «No sé si mis jugadores son buenos o malos. Todo lo que sé es que son mis jugadores y tengo que levantarlos»

«Estoy cabreado y lo único que puedo hacer es pedir perdón a los aficionados», admitió el defensor del Betis, Antonio Amaya. El periodista Antonio Felix escribió: «La noche se volvió púrpura, como si se bañara en la sangre del Betis, la cual una vez más corrió en torrentes por Nervión. La sangre de una víctima atrapada en la misma mala pesadilla».

Todo empezó en dos minutos. A decir verdad, olviden eso. Todo había empezado cuatro horas antes. Olía a derbi en la calla Luis Montoto. Olía a fuegos artificiales. El aire teñido de rojo, a medida que las luces azules de la policía atravesaban el humo y las estruendosas sirenas rompían los cánticos. O lo intentaban. Fuera del hotel Los Lebreros estaba el autocar del Sevilla y una multitud se había reunido desde las últimas horas del mediodía. A medida que el saque inicial se acercaba, la multiud crecía y crecía. Cuando el autocar partió, no mucho después de las siete de la tarde, no cabía un alfiler. El hotel está a escasos 100 metros del estadio pero esto supuso un buen viaje. El autocar avanzaba lentamente a través de la multitud, abriéndose paso por la calle, envuelto en humo y escoltado hacia el Pizjuán por aficionados gritando y cantando. Cuando el autocar tomó la curva, los aficionados corrieron para reencontrarse con ellos al otro lado, cantando el himno del club cuando los jugadores entraban.

«Nunca he visto nada igual», decía Bacca. El efecto fue inmediato. «Los aficionados marcaron el primer gol», dijo Emery. Él más tarde tuiteó una foto del autocar del equipo, con el mensaje: «El primer gol lo metimos entre todos«. El balón fue picado, inteligentemente, sobre la defensa y el colombiano se fue de su marcador para marcar. El partido apenas había empezado. «2′ Bacca», rezaba el marcador.

El hombre que había dado el gol fue José Antonio Reyes, de vuelta para su demolición anual del Betis; el hombre que les marcó un gol a los trece segundos, el año pasado, guiando al Sevilla a una victoria por 5-1, volviendo a la alineación inicial por primera vez en tres meses, lo volvió a hacer de nuevo. Hasta ahora, en esta temporada, no había sido titular ni una sola vez y había jugado sólo 11 minutos en liga. «Pensé en la importancia emocional del partido. Lo que vísteis en el primer gol, ese talento, es innato en él», admitió Emery, insinuando lo que todo el mundo estaba pensando: «Reyes es el mejor… cuando él quiere».

Aquí, sí quiso. Para el chico al que se le regaló una camiseta del Betis por su decimotercer cumpleaños, pero que fue criado en el Sevilla, el derbi importa. Él desgarró al Betis. Un periódico lo llamó «una exhibición». «No es suficiente hacer esto una vez», dijo el presidente José María del Nido. El titular de As decía: «Reyes del derbi» –por el jugador Reyes–.  Como José María López dice: «Reyes es un artista, un torero, la clase de persona a la que no le interesa cualquier corrida, pero pon un Miura, el mejor de los toros, enfrente de él y…» El cuchillo ha sido hundido entre los omóplatos del Betis. Todo lo que faltó fue el quinto gol para poner la rúbrica.

Pero si unos afirmaban que Reyes fue fundamental, otros señalaban al defensor brasileño del Betis, Paulao. Incluso el mismo Paulao. Un minuto antes del descanso, derribó a Reyes 10 metros fuera del área. Era una clara tarjeta amarilla –su segunda del partido–. «De niños», lo llamó Mel. Paulao se quedó en la banda, apoyado en las vallas protectoras que llevan a los vestuarios,  con mirada perdida, saltándosele las lágrimas, cuando del libre directo el Sevilla conseguía el 2-0. «El segundo gol nos mató», insistió Mel. «Él sabe que cometió un error». Tras el partido, Paulao dijo: «La derrota es culpa mía, por mi expulsión». Yo soy el único responsable y quiero pedir perdón a mis compañeros. Todo lo que puedo hacer es pedir perdón a los aficionados».

Son algunos de ellos lo que deberían pedirle disculpas. Antes, en el partido, cuando M’Bia cayó en el corner, algunos de los 1.500 aficionados del Betis de la grada alta empezaron a imitar el grito de un mono. El sonido fue claro. Cuando Paulao se iba expulsado, las imágenes de televisión mostraron que algunos de ellos lo hicieron también, dirigiéndole a su propio jugador gritos de mono (en el estadio no estaba claro y era imposible decir cuántos. Tampoco estaba claro si algunos aficionados del Sevilla lo hicieron). Del saque de falta, M’Bia cabeceó el segundo y la idiotez, vacuidad, ignorancia y odio de esos «aficionados» quedó dolorosamente y patéticamente al descubierto. E imitaron de nuevo el sonido del mono, esta vez dirigido a M’Bia.

Dado que las imágenes de televisión son claras, y al menos algunos de los que insultan son fácilmente identificables,  deberían tomarse medidas. Pero no tenga mucha confianza en que ello ocurra. Esta mañana, en los medios, únicamente Isabel Morales, de Estadio Deportivo, hace mención a ello.

Si eso era lo peor, lo mejor estaba por llegar. En esta ocasión Bacca dio una sensacional asistencia y Vitolo esquivó a Guillermo Sara para marcar. El Betis estaba en problemas, el Sevilla dominaba. Un momento después Iborra remató al poste y Vitolo golpeó muy desviado. El Sánchez Pizjuan botaba, gritando y riendo: «¡Que bote Pepe Mel!». El Betis –cantaban– iba a Segunda. La Marsellesa resonó. Reyes se retiró con una enorme ovación, el público venerándole. Bacca y Vitolo le siguieron. «Queremos otra manita», cantaban. Y en el último minuto le gritaron a Beto que subiera a rematar el córner.

El remate se fue desviado y sonó el pitido final: Se tendrán que conformar con cuatro. Los jugadores del Sevilla se abrazaron. Formando un círculo, bailaron dando vueltas y más vueltas. Lo celebraron con los aficionados y el himno del Sevilla, seguramente el mejor del fútbol español, sonó justo como lo había hecho cuatro horas antes, cuando el autocar avanzaba lentamente por la calle Luis Montoto, flanqueado por aficionados y bengalas. El contraste fue cruel. Cuando el autocar del Betis dejó el estadio eran las doce menos cuarto de la noche. Un puñado de aficionados aplaudieron, pero eran pocos. El autocar salió en silencio, hacia la calle Eduardo Dato y la noche, casi inadvertidos. A bordo, los jugadores sentados en silencio, cabizbajos.

Junto a los aficionados béticos, había unos cuantos sevillistas. Sonriendo, levantaban cuatro dedos.

Sevilla FC 4 – Betis 0. Ganó el de casi siempre.

El Sevilla no hizo un buen partido, pero tampoco le hizo falta para superar a un lastimoso Betis, que apenas duró los dos minutos que tardó Bacca en perforar la portería verdiblanca.

El Betis dio algunos coletazos, hasta que Paulao nos hizo el favor de buscarse la tarjeta roja. A partir de ahí, ya fue coser y cantar, pues, hoy por hoy, el Betis apenas tiene equipo para inquietarnos. Nuestro rival –que ayer no fue tal– tiene un serio problema en defensa, con un portero y una línea defensiva que es un coladero. O se gastan los cuartos en el mercado de invierno, o se van a Segunda de cabeza.

En el Sevilla destacó Reyes. Una pena que no juegue así habitualmente. Cuando me enteré de que iba a ser titular, en detrimento de Jairo, no me gustó nada. Pero, claro, yo esperaba al Reyes de siempre, y no al Reyes de los derbis, que es otro totalmente distinto. En cualquier caso, creo que Jairo también habría sido una magnífica opción, y dada su velocidad y desborde, posiblemente habría entrado como cuchillo en manteca por la banda bética.

Tampoco me gustó que el Sevilla se mostrara tan magnánimo con el Betis. Al igual que ya ocurriera con el 5-1, no quiso hacer sangre y soltó el pie del acelerador. Si ellos hubieran estado en nuestra posición, no habrían hecho lo mismo. Se desperdició una buena ocasión para arreglar el goal-average, tan estropeado desde el partido del Bernabéu.

El árbitro no me gustó nada. Fue muy permisivo con el Betis, que repartió leña de lo lindo durante todo el partido, pero especialmente durante los primeros minutos. Podrían haberse cargado de amarillas. Menos mal que, al menos, no le tembló el pulso en la expulsión de Paulao, que fue uno de los momentos clave del encuentro.

El Sevilla consiguió ayer tres puntos muy importantes, que nos impulsan hacia arriba en la tabla, después de dos victorias consecutivas. Espero que el partido también haya servido para que Emery se convenza de que el doble pivote da mucha más consistencia y equilibrio al equipo, y se olvide de cabezonerías que no llevan a ninguna parte.

Partido plácido, sin mucha historia, donde ganó el de casi siempre: el equipo que nació para dominar Andalucía –y no sólo Sevilla, como decía erróneamente la pancarta de ayer–, y que puede resumirse en un genial mensaje que se está extendiendo como un reguero de pólvora por las redes sociales:

«Poco BACCA M’BIÁ la cosa en esta ciudad, VITO LO visto. IBORRA el mensaje si no te ha gustado».