1-1 en el marcador, minuto 63 en el cronómetro y Emery decide quitar a Gameiro. El francés hace gestos de no entender nada –yo menos aún– y entra Cristóforo en su lugar. No parece muy sensato, con el partido por decidir, quitar a nuestro mejor goleador y único delantero centro nato. Pero Emery lo hizo, y lo pagamos caro.
Si la intención de Emery era reforzar el centro del campo e intentar sentenciar a la contra, podría haber quitado a Jairo o a Marin, que hicieron un partido nefasto. Tengo curiosidad por ver en rueda de prensa cómo explica el cambio.
El Valencia respiró aliviado por este giro de los acontecimientos y se dedició a ir al ataque, liberado ya de la velocidad y movilidad de Gameiro. En una de las llegadas del rival, a nuestra genial defensa no se le ocurre otra cosa que dejar que uno de los mejores jugadores del Valencia, Jonás, tirara a puerta, tranquilamente, sin oposición, desde la frontal del área. Y, por supuesto, Jonas no perdonó. 2-1 y sin delantero centro sobre el terreno de juego.
A partir de aquí, Emery intentó corregir el desaguisado con la entrada de Bacca, pero, además de que Bacca no es Gameiro, ya era tarde.
Antes del cambio, el equipo no me gustó nada. Andamos muy fallones arriba y permitimos unas contras que, sencillamente, no se pueden permitir en Primera División. Nuestra defensa es muy poco contundente y da unas facilidades tremendas, que casi todos los equipos aprovecharán. Muestra de ello fue el primer gol del Valencia, donde Jonas remató completamente solo en el punto de penalti.
Con la defensa tan frágil que tenemos, al igual que la temporada pasada, nos va a costar un mundo mantener nuestra puerta a cero, aunque tengo la esperanza de que cuando recuperemos a los centrales, se solucione nuestra bisoñez atrás. Si no es así, mal vamos.
Resultado final de 3-1, con muy malas sensaciones, con poca actitud –íbamos perdiendo 1-0 y jugábamos con una parsimonia tremenda–, falta de agresividad… Y lo peor no es eso. Lo peor es que seguimos sin ganar fuera –vamos a hacer un año ya– y somos el farolillo rojo, con sólo dos puntos de quince posibles en nuestro casillero.