Esa es la sensación que tengo. Y si no se ha parado el tiempo, es que está corriendo muy despacio. Se me van a hacer eternos estos dos días que faltan para la semifinal. Como decía la canción, voy contando los minutos, voy contando los segundos…
Estoy deseando reencontrarme con ese ambiente que hace mucho que echo de menos en el Ramón Sánchez Pizjuán, ese ambiente que te hace presentir que el rival no tiene nada que hacer, que acabará mordiendo el polvo sin remisión.
Atrás ha quedado ese Barcelona-Sevilla que sólo ha servido para avisarnos de que tenemos que mejorar mucho atrás si queremos alcanzar el objetivo de volver a Europa. No pude ver el partido, pero sí los goles, y me preocupó sobremanera los errores cometidos en ellos:
En el primero, se deja centrar tranquilamente a Alves –nada más y nada menos que a Alves– y los centrales son incapaces de evitar el remate a placer de Villa, prácticamente en el área pequeña.
Pero si graves fueron los errores en el primero, en el segundo ya fueron increíbles. Todos los defensas van a cerrar un posible pase al área pequeña, dejando a Messi –nada más y nada menos que a Messi– solo en el punto de penalty para que remate a placer. Es decir, se deja completamente solo al jugador que, precisamente, debe ser el que tiene que estar más marcado.
Para superar al Atlético el miércoles deberemos hacer muchas cosas bien, y una de ellas será marcar a Falcao, que es la pieza más importante de ese buen equipo que es el Atlético de Madrid. Y, por supuesto, deberemos tener más efectividad que en Barcelona, donde Negredo volvió a dejar claro que quizás no sea mal negocio venderlo en verano.
Ya queda menos para un partido inolvidable, para bien o para mal –esperemos que lo primero–, que puede devolvernos a Europa (prestigio y dinero) y que puede alejarnos de los horarios criminales que tanto mal nos están haciendo. Mientras, yo sigo contando los minutos, contando los segundos… que se me están haciendo eternos.