Errores arbitrales a lo largo de la historia del fútbol los han habido de todas clases, y seguirán existiendo, pero este año 2012 que nos ha abandonado recientemente nos ha dejado tres decisiones arbitrales que, casi con toda seguridad, jamás volveremos a ver repetidas en un campo de fútbol.
La medalla de bronce de un imaginario pódium de disparates arbitrales sería para el árbitro gallego Ignacio Iglesias Villanueva, quien tuvo la genial ocurrencia de expulsar a nuestro lateral Luna, según recogió en el acta del partido, por el siguiente motivo: «Dirigirse a mí, de pie, desde su banquillo, gritando en los siguientes términos: ‘Pero pita alguna, pita alguna hombre’, al mismo tiempo que levantaba los brazos». Seguro que Iglesias Villanueva habrá dejado sin sancionar multitud de protestas a lo largo de su carrera, pero la de Luna en concreto le pareció tan grave que no le pareció suficiente mostrarle la tarjeta amarilla. Y, por si fuera poco, el Comité de Competición quedó tan escandalizado que decidió sancionarle con dos partidos adicionales.
La medalla de plata se la llevaría César Muñiz Fernández, bruselense, pero adscrito al Comité de Árbitros del Principado de Asturias. Este árbitro suele cometer errores con tanta frencuencia que a cualquier malpensado se le podría ocurrir que ha llegado a la élite arbitral por ser hijo del que fue, durante varias temporadas, asistente de Manuel Díaz Vega, que casualmente es en la actualidad el Director del Comité Técnico de Árbitros.
Muñiz expulsó a Reyes, por doble amarilla, por lanzar una falta que él mismo había autorizado segundos antes. Sin embargo, un repentino ataque de amnesia, le llevó a negar este hecho a los jugadores sevillistas que se amontonaban a su alrededor protestando, y a escribir en el acta que lo expulsó por «poner el balón en juego sin mi permiso». La televisión le dejó por embustero y fue sancionado, pero el mal ya estaba hecho, pues el Sevilla se quedó en inferioridad numérica desde el minuto 38 de juego en Cornellá.
Si ya es sorprendente la decisión del árbitro de negar lo evidente, más increíble aún me parece que ninguno de sus dos asistentes le sacaran de un error que fue notable.
Y la medalla de oro es, con todo merecimiento para el valenciano Antonio Miguel Mateu Lahoz, por su arbitraje del Sevilla-Barcelona. A lo largo de mis casi cuarenta años viendo fútbol, me he encontrado con arbitrajes verdaderamente calamitosos e indignantes, pero ninguno como el que hizo Mateu Lahoz, que fue capaz de dar vida a un Barcelona que estaba muerto y que, con su inestimable ayuda, consiguió dar la vuelta a un 2-0, consiguiendo el 2-3 definitivo en el minuto 87.
Lo llamativo del arbitraje de Mateu Lahoz no es que perdonara una agresión de Busquets a Cicinho, que se quedó simplemente en amarilla; ni que expulsara a Gary Medel, cuando en realidad tendría que haber enseñado tarjeta amarilla a Cesc por simular una agresión; ni siquiera que hiciera la vista gorda y no señalara una clarísima mano de Thiago Alcántara –estando a metro y medio de la jugada–, que sirvió para cortar un contragolpe sevillista y empezar la jugada del 2-3 definitivo; ni que expulsara a nuestro entrenador Míchel, por supuestamente llamarle «sinvergüenza», algo que siempre negó el Madrileño. Lo que verdaderamente llama poderosamente la atención es que Mateu Lahoz no pitara una falta a favor del Sevilla hasta el minuto 61 de partido, y que sólo concediera tres faltas en todo el partido. Sin embargo, al Barcelona le pitó 15 faltas a favor, algunas de ellas claramente inexistentes.
Sencillamente, es totalmente imposible que en un deporte de contacto no se cometa ninguna falta hasta el minuto 61 de partido. Es algo que no ocurriría ni en un partido entre amigos, de manera que es ridículo que eso suceda en un partido oficial, entre jugadores profesionales y lleno de intensidad.
Finalmente, Mateu Lahoz, con sus decisiones, convirtió un buen espectáculo en una tomadura de pelo.
Ahora bien, ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué tenemos que soportar arbitrajes de este tipo que nos cuestan puntos y nos llenan de indignación? En mi opinión, porque no nos tienen el más mínimo respeto, ni al Sevilla FC como institución, ni a su afición.
Bien haría nuestro Presidente, José María Del Nido, si lograra que los estamentos deportivos tuvieran un poquito, sólo un poquito, de consideración y respeto con nosotros, pues como decía el filósofo francés Jean Jacques Rousseau, «siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas». Y no le faltaba razón.