Nuestra competición es la peor de Europa por muchas razones, y una de ellas es por la baja calidad del arbitraje. Estos señores colegiados, que cobran una barbaridad de dinero, tienen actuaciones difíciles de justificar. Partidos como el At. de Madrid-Betis y el Sevilla-Barcelona de ayer habrían tenido un resultado muy distinto si hubieran estado bien arbitrados.
Nervión no regala puntos, pero los roban. El Barcelona está plagado de jugadores de primer nivel, pero tuvo que recurrir al árbitro para superarnos. La clave del partido estuvo en la expulsión de Medel, cuando ganábamos por 2-0. Cesc Fábregas provoca al chileno y después simula que es agredido. El árbitro no lo ve, pero aún así expulsa a Medel, supuestamente porque alguno de sus asistentes le ha dado el chivatazo. A Cesc ni se le ocurriría hacer esto en una liga seria, como la Premier inglesa, porque se arriesgaría a una sanción de varios partidos por conducta antideportiva. Aquí en España, en una liga de chichinabo, no le ocurrirá absolutamente nada. Es más, seguro que saltará algún lumbreras que dirá que Cesc estuvo listo o pillo e incluso le aplaudirán. Para colmo Cesc es reincidente. Todos nos acordamos de cómo se fue Kanouté para este niñato consentido, que se cree muy valiente porque le protege su camiseta. En España se permiten y se alaban estas actitudes y en otros países se castiga con dureza. Será cuestión de cultura.
Pero el árbitro no se quedó sólo ahí, sino que fue más allá. Sólo tengo palabras de agradecimiento para nuestros jugadores, que se vaciaron durante los 95 minutos que duró el partido. Debe ser durísimo tener enfrente a un rival tan difícil de batir y, sobre todo, a un árbitro que te machaca desde el minuto 1. Un árbitro que no pita faltas, no porque no las vea, sino, sencillamente, porque no le da la gana. Al menos al Barcelona le señalaba alguna de vez en cuando, pero al Sevilla prácticamente ninguna. Tenía que ser clarísima para que la señalara, y ni aún así. Eso mina la moral a cualquiera, y además físicamente es un tormento, porque no te da lugar ni a tomar un respiro. Estando además en inferioridad numérica, lo más normal es que sea decisivo, como así fue.
La otra jugada decisiva fue la clamorosa mano, en las mismas narices del árbitro, de Thiago Alcántara. Mano involuntaria, pero que le sirvió para cortar la jugada, controlar el balón y montar el contragolpe. Es lo de siempre: voluntaria o involuntaria según el jugador que le dé.
Lamentablemente, Mateu Lahoz fue el triste protagonista del partido. Todo lo demás quedó en anécdota: el trallazo de Trochowski, el golazo de Negredo… todo al garete porque el árbitro de turno no tuvo ni el más mínimo respeto a los profesionales del Sevilla, ni a una afición que asistió en buen número al Ramón Sánchez Pizjuán.
Me gustó mucho mi equipo y el planteamiento. Así se nos irán muy poquitos puntos esta temporada. Lo único que no acabo de entender fue a qué vino sacar a Manu del Moral. No sé qué pintaba sobre el terreno de juego el jiennense, porque es un jugador que no sabe defender –fundamental ayer– y que casi no sabe atacar. Esto último se vio claramente cuando dio el último pase a Navas en un contragolpe, saliendo el palaciego desde nuestro propio campo, con todo el hueco del mundo, y se la dio al defensa del Barcelona. Me dio la impresión de que sacar a Manu en este partido era como estar casi con un jugador menos. Y lo cierto es que no aportó nada.
Ahora habrá que intentar recuperar a los jugadores física y moralmente, e intentar olvidar lo más pronto posible este indignante partido.
Ya debería estar acostumbrado a arbitrajes como el de ayer, porque los he estado sufriendo durante 35 años. Pero tengo que reconocer que me sigo indignando como el primer día. No aprendo.