Con la llegada de Míchel, se inicia una nueva etapa en el Sevilla FC; etapa que durará, como mínimo hasta junio. O, al menos, ésa es mi esperanza, porque, si no fuera así, significaría que las cosas han ido a peor. Y, ciertamente, empeorar las cifras de Marcelino es bastante complicado.
Míchel llega en unas condiciones que no son las idóneas. Es decir, llega sin hacer las probaturas propias de la pretemporada, donde además puede conocer las virtudes y defectos de la plantilla. Sin embargo, tiene la ventaja de que cuenta casi con una semana para preparar el próximo partido, ante la Real Sociedad, que será el lunes, día 13.
Tengo que admitir que Míchel no es santo de mi devoción. En primer lugar, porque no me caía bien como jugador. Uno piensa en él y, a pesar de haber sido un extraordinario pelotero, no puede evitar acordarse de episodios como el que tuvo con Valderrama, o el famoso «me lo merezco». Y, en segundo lugar, hubiera preferido a un entrenador con una carrera más dilatada y más exitosa, porque la situación por la que atravesamos es complicada, y la experiencia, en estos casos, puede ser decisiva. Por ese mismo motivo, tampoco era de mi agrado Pablo Alfaro, que sólo ha entrenado al Pontevedra y al Recreativo de Huelva.
Pero lo verdaderamente importante es que Míchel ha sido el elegido por la Secretaría Técnica, y, por tanto, debe tener el apoyo de todo el sevillismo. Ahora es él quien tiene la suerte de ser el entrenador del Sevilla FC. Está ante la oportunidad de su vida, pues nunca ha tenido a sus órdenes una plantilla tan potente como la nuestra. Esperemos que no la desaproveche y que tenga el conocimiento y la suerte que le han faltado a Marcelino.